2013. París. Ese miércoles 22 de mayo, tal vez llueve en París. Las pupilas de 97 años intuyen las caricias de oscuridad. Se trepan quizás al árbol de los sueños para mirar hacia atrás ese pasado de fusas y corcheas que murmura felicidad en su corazón. Miran cómo los pasos lo van llevando a ese mundo lejano con la música de la mano.
A comienzos de los 90, entrevistas televisivas a Isaac Stern quien interpretaba su concierto de violín, y otra de Mstislav Rostropovich que con el chelo se sumergía en el mundo de Baudelaire, me despertaron la inquietud por la música de Henri Dutilleux. Gracias al querido Yves Haguenauer, amigo del compositor, en marzo de 1994, lancé una botella al mar, le escribí y para mi sorpresa, me contestó. Cuatro años después, cuando tuve la suerte de viajar a París, traté de conocerlo personalmente, pero la temible quimioterapia a la que sometía en esos días no lo permitió. Escribí luego esta crónica, que data de 1998.
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Los sueños caen del árbol como hojas silenciadas por el viento. El violín recorre los pensamientos y las ausencias de la noche. Ilumina a los duendes que bañan travesuras en el río. Envuelve a las luciérnagas que encienden sílabas entre las penas de un sauce. La orquesta es ahora un bosque que devuelve misteriosos ecos. En su casa de l’Île Saint-Louis, Henri Dutilleux dibuja en la ventana la mansedumbre del Sena, mientras escucha su concierto para violín “El árbol de los sueños” (“L’arbre des songes”), apoyado en el corazón de Isaac Stern.
El próximo 22 de enero parpadeará 83 años. El sabe que es uno de los compositores vivos más importantes de Francia, pero no se ufana de ello. En marzo pasado, la Sinfónica de Boston, bajo la magia de Seiji Ozawa, estrenó en París “The Shadows of Time” (Las sombras del tiempo) para orquesta y tres voces de niños (uno de sus movimientos está dedicado a “Anna Frank y a todos los niños inocentes del mundo”).
Una grave enfermedad lo ha arrinconado en los últimos tiempos, pero no ha podido borrarle la vitalidad a este bisnieto del pintor Constant Dutilleux, quien fue amigo de Delacroix y Corot. Las obras por encargo siguen llegando a su pupitre; Henri sólo desea un poco de sosiego que le permita trabajar: “Los músicos somos gente inquieta. Hay que luchar mucho para lograr un ritmo de trabajo constante, para barrer con las tentaciones del exterior, con las agresiones de la vida cotidiana. Pero cuando se tiene el sentimiento de progresar cada día un poco -aunque sea lentamente- se alcanza una playa de felicidad perfecta. Es una búsqueda sin cesar. Tuve períodos difíciles mientras componía el Concierto para violín, pero también atravesé por instantes de dicha, de exaltación. En un momento, me encontré con el famoso muro: el obstáculo. Tuve que dejar y retomarlo más tarde, buscando una nueva aproximación”.
Precozmente, en 1938, obtiene el famoso Gran Premio de Roma con la cantata “El anillo del rey”, pero la estada en la Villa de Médicis queda trunca por la beligerancia fascista. Aunque reconoce como su opus 1 a su Sonata para piano, Dutilleux ha escrito antes “Sarabanda para orquesta” (1941), “La prisión” para canto y piano (1944) y la Sonata para oboe y piano (1947). “En la Sonata para piano había ya un mayor hermetismo, más densidad y se ubica en un período de mi vida en el cual me buscaba mucho. Es una pieza de transición, de pasaje. Mi lenguaje se fue afirmando en obras posteriores. A partir de la Primera Sinfonía hay ciertas preocupaciones en el dominio de la forma, una suerte de sensualidad en el orden armónico. Son constantes en mi estilo y en la música francesa en general”, dice.
Una cabellera
Henri ha descubierto la luz en Angers, en 1916. Literatura, música y pintura están presentes en sus primeros latidos. Por eso no extraña que sus fuentes de inspiración broten de Proust, Baudelaire o Van Gogh. Poco prolífico, solitario, independiente, Dutilleux no adhiere a ninguna escuela o movimiento; busca el “gozo, la alegría del sonido”. Por pedido de Mstislav Rostropovich escribe el Concierto para chelo “Tout un monde lointain” (Todo un mundo lejano), su obra más celebrada: “En esa época estaba sumergido en ‘Las flores del mal’. La expresión es un extracto del poema de Baudelaire ‘La cabellera’: ‘Todo un mundo lejano, ausente, casi difunto, vive en tus profundidades, bosque aromático...’ Pero también pensé en un pequeño poema en prosa titulado ‘Un hemisferio en una cabellera’”.
“La noche estrellada”, de Vincent van Gogh, se impregna con el universo sonoro de “Timbres, espacio, movimiento”: “Esa tela fue el punto de partida. Todo ocurre en el cielo y el único vínculo con la tierra está dado, en un primer plano, por una iglesia y un ciprés en un mismo movimiento ascensional, que es simbólico. Entre ellos y la vía láctea, una vertiginosa impresión de espacio, de vacío. Intenté expresar en la música los momentos casi estáticos, otros de intensa movilidad, de una gran violencia”, le cuenta a Claude Glayman en el libro “Misterio y memoria de los sonidos”.
La amistad lo acerca a la maestra Nadia Boulanger: “La conocí en 1946. Estaba curiosa por conocer quién era yo y qué componía. Ella era un personaje muy impresionante, una persona muy inteligente, de una gran presencia y que podía a veces con una sola palabra o con un pensamiento, hacer descubrir una cantidad de cosas en uno. Ella sugería algo que nos invitaba soñar. La frase de Paul Valéry (‘se juzga a un artista por la calidad de sus desafíos’) se ajusta perfectamente a ella”.
Un tucumano
La solidaridad une a Nadia, Henri, Yves Haguenauer y Yehudi Menuhin en la lucha por la liberación del pianista tucumano Miguel Ángel Estrella, encarcelado por la dictadura uruguaya en 1977 por tocar para los pobres. Las adhesiones de famosos artistas no tardan en llegar y el objetivo de la liberación se cumple en 1980: “Estrella ha encontrado una manera muy diferente de interpretar Chopin, un modo que me encanta. Hay, por ejemplo, autores franceses un poco marginados actualmente como Gabriel Fauré. Ciertos Nocturnos del final de la vida de Fauré que yo escuché por Miguel Ángel, son exactamente como deben ser interpretados”.
Un crítico francés asegura que Dutilleux sólo compone obras maestras. “No tengo conciencia de ello. Creo que lo más importante está en descubrir algo en uno mismo que no haya sido aún expresado y correr ciertos riesgos”.
La segunda vida
“Le Double” (su segunda Sinfonía, 1957), el cuarteto de cuerdas “Ainsi la nuit” (1974), “Métaboles” (1962), “Résonances pour piano” (1965), “Tout un monde lointain” (1970), “Timbres, espace, mouvement ou La Nuit Etoilée” (1977), “L’arbre des songes”, (1980); “Mystère de l’instant” (1986) y “Les Citations” (díptico para oboe, clavecín, contrabajo y percusión, 1991) son sus páginas más difundidas. “Francamente, lo que cuenta para mí, es estar el mayor tiempo posible en mi mesa de trabajo. El trabajo es como un músculo que si no funciona, se atrofia, más aún si uno toma conciencia de la edad. Si no logro sumergirme en un momento feliz de mi tarea, me pongo nervioso, difícil. Es a fuerza de escribir que se labra un estilo, incluyendo los errores, porque éstos también son necesarios. En mi segunda vida, debería realmente ponerme frente a mi mesa de trabajo”, cuenta.
Un chelo está despertando ahora enigmas en lo oscuro. Miradas, espejos. Un himno sonoro se trepa a los árboles, alertando a los grillos de la inocencia. En ese mundo lejano flotan las sombras del tiempo. Henri Dutilleux captura en un gesto el misterio del instante y sus sueños salen a volar por el vientre del Sena.